¿Te ha sucedido alguna vez?

¿Has sentido ese dolor sordo ante los pequeños menosprecios de las personas que de verdad te importan?

Cada vez que una persona me cuenta su historial de pequeños insultos, vejaciones, silencios y burlas, me recuerda a esa antigua tortura de los “mil cortes”.

Esa tortura en la que se iba hiriendo a la persona poco a poco, aprovechando las oportunidades, en pequeños movimientos dolorosos pero no letales.

Porque, no nos equivoquemos, cuando esta situación se repite, la intención es que duela.

No voy a caer en el error de intentar comprender a la persona que agrede, porque esa no es sino una forma de justificarla.

Además, no me interesa.

Una persona que crea dolor durante años a otra persona no me parece en absoluto interesante.

No, voy a hablar de la víctima.

De esa otra persona que está atrapada en una relación en la que deposita afecto, confianza y cariño.

Y recibe una colección de dolores.

Hay personas que hieren para sentirse poderosas por un instante, para descargar la ira o  sencillamente, porque les da placer.

Y, herida tras herida, la víctima se va retrayendo, va distorsionando la imagen que tiene de la situación, de la vida y de sí mismo/a.

Y no entiende lo que le está sucediendo.

Hasta que acaba pensando que la culpa es suya.

Ésta es una historia tan dolorosa como frecuente.

Sobre todo si la víctima ha vivido ésta situación desde su infancia.

Porque la única posibilidad que tenía de permanecer dentro del grupo familiar era asumir la situación.

Ya he perdido la cuenta de la cantidad de personas capaces, atractivas e inteligentes que he atendido en consulta que contaban siempre la misma historia.

Personas que llegan a no entender cómo alguien les puede llegar a querer.

Personas que no entienden la causa de tanto dolor.

Que no entienden qué han podido hacer para merecer este trato.

Pero tal vez la causa no sea tan importante.

Tal vez lo importante es aprovechar lo vivido para crear una vida hermosa, llena de sentido y de bienestar.

Sí, ya sé que éste no es un artículo de divulgación ni de conocimiento.

Pero a veces, yo también me canso de ver tanta injusticia.

Tanto dolor gratuito.

Tantas personas que por mala suerte han dado con gente perturbada que ejerce la maldad con la misma facilidad con la que respira.

Gente que necesita que otros se sientan inferiores para sentirse ellos superiores.

Gente que disfruta torturando almas hermosas.

Pero siempre hay salida.

El primer paso, el más difícil, es siempre darse cuenta de la situación.

Descubrir que lo que sucede tiene poco de normal.

Después viene lo demás.

Saber que hay un mundo de potencialidades que descubrir.

De relaciones con personas que te hacen sentir bien.

De sentimientos que te reconcilian con todo.

Y de alegría.

Sí, Alegría, ese sentimiento que ya se tenía olvidado.

Saludos, luchadores y luchadoras.

El viaje merece la pena.