Sí, ya sé que éstos no parecen tiempos para hablar de Alegría.
Precisamente por eso es tan importante que lo hagamos.
Pero no pienses que sentir alegría es estar todo el rato contento/a y con la sonrisa en los labios.
Ni mucho menos.
La Alegría es una de las seis emociones básicas.
Y tenemos que dar su lugar en nuestra vida a cada una de ellas.
Por eso querer estar siempre alegre tiene tan poco sentido como querer estar siempre enfadado o triste.
Porque la Alegría, además de un estado de ánimo, puede ser una actitud ante la vida.
Y nos aporta beneficios que ninguna de las otras emociones puede darnos.
Es la emoción de los caminos que empiezan, de la iniciativa, del descubrimiento y del disfrute.
Es la que sana el cuerpo y las relaciones.
También es la emoción que nos ayuda a recordar todo aquello que nos da ganas de vivir y que merece la pena ser recordado.
Es algo que a menudo vamos perdiendo en la vida a base de sinsabores.
Porque los niños pequeños sí que la traen y la viven de forma natural.
En nuestra vida adulta, a menudo asociamos Alegría con insensatez, con inconsciencia, con inmadurez.
Pero es justamente lo contrario.
En realidad, es rescatar y utilizar un recurso que hará que todo merezca más la pena, que todo tenga más color.
Y que, combinada con las demás emociones, haga que nuestra vida sea equilibrada.
Aunque no tengamos grandes motivos para sentirnos alegres en el día a día.
Quizás la mejor actitud para ir recuperando ese sentimiento íntimo sea la del buscador de oro.
El que se acostumbra a ir recolectando pequeñas pepitas de oro, por insignificantes que parezcan.
Todas las personas tienen pequeños momentos de disfrute, pequeñas aficiones secretas, pequeños recuerdos atesorados, pequeños momentos hermosos, …
Y si los vamos recolectando, día a día, iremos llenando nuestra bolsa e iremos generando una actitud de discreto bienestar, de íntima alegría.
Tal vez ese sea un buen enfoque para la Alegría en la vida adulta.
¿Tú qué opinas?
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