El tener un buen acompañamiento en los procesos de vida puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Da igual que estemos hablando de un proceso de duelo, una separación, la superación de una enfermedad o cualquier otro cambio que afecte en nuestra vida en profundidad.

Por utilizar una imagen, el acompañamiento vendría a ser como las funciones que desempeña un guía de montaña, que es especialista en una montaña en concreto, porque la ha recorrido una y mil veces. Así está en condiciones de asesorar a sus clientes desde el principio sobre lo que van a necesitar, cuáles son las mejores rutas que debe tomar y cuáles son los mejores ritmos y momentos para conseguir su objetivo con éxito.

Aunque, para hablar con propiedad, más que únicamente de acompañamiento, tendríamos que estar hablando de asesoramiento, acompañamiento y apoyo, que es lo que cubre las necesidades de las personas en épocas tan delicadas.

Cuando la vida nos trae un cambio importante, a menudo nos encontramos en una situación de indefensión, en la que no sabemos en realidad a lo que nos estamos enfrentando.

Son situaciones en las que el mundo emocional se desborda y no sabemos los pasos que hay que dar para dejar atrás el pasado y subir al siguiente escalón.

Por eso, si trabajamos con un/a psicólogo/a, lo primero que necesitamos es asesoramiento, porque en contra de lo que normalmente se piensa, los psicólogos no damos “consejos”. No, sugerimos líneas de actuación basadas en nuestra preparación y experiencia (recuerda, la preparación de un buen psicólogo dura toda la vida). Y si algunas personas los toman por consejos, es porque siempre se anima al cliente a que no renuncie a su última libertad, que es la libertad de decidir.

Además, es parte fundamental del asesoramiento el “dibujar un plano” en el que el cliente pueda ubicarse y entender qué es lo que le está sucediendo, cuáles son los motivos de que esto haya sucedido y cuáles suelen ser las perspectivas de futuro, ya que en los procesos psicológicos, pocas cosas hay que sean tan perjudiciales como la desorientación.

Una vez que la persona conoce el suelo que está pisando, es fundamental el acompañamiento, el tener a alguien que comprende perfectamente por lo que se está pasando y los problemas que surgen. Casi siempre, el psicólogo conoce estos procesos porque los ha tenido que atravesar en su propia vida (¡sorpresa!, los psicólogos también somos humanos…).

Es difícil explicar la enorme importancia de un acompañamiento cualificado y empático en procesos como el duelo o una vivencia de soledad dolorosa. Es un arte en el que el psicólogo acompaña los pasos hacia adelante y hacia atrás del cliente, comprende sus dudas, sostiene en los momentos de aflicción y alienta cuando no se ve futuro.

Por eso hay que ser consciente que una buena relación de acompañamiento se basa en una relación humana sólida y sana, en la que prima ante todo una buena comunicación.

Finalmente, está el elemento del apoyo, en el que asumimos que los procesos terminan, aunque al principio nos parezca imposible: la persona cierra ciclos, retoma su vida, más fuerte y sabia que antes, necesitando cada vez menos al psicólogo, hasta que llega un momento en el que decide que ya no lo necesita más.

Pero a nivel psicológico es fundamental que sepa que siempre que lo desee, lo tiene ahí para apoyos puntuales, sólo por si lo necesita. Puede ser por alguna crisis o alguna duda. O por si quiere que le recomienden información, libros o recursos. Cualquier cosa que sirva para poner la guinda a un proceso exitoso.

Como se puede ver, el acompañamiento es un arte en sí mismo. Un arte que se tarda muchos años en aprender y perfeccionar y que marca la diferencia entre salir de un proceso con heridas y asuntos sin resolver o hacerlo con una perfecta comprensión de lo que ha sucedido y muchos más recursos que cuando se empezó.

Porque, ya que tenemos que superar un proceso complicado, mejor hacerlo de forma eficiente, para poder dejarlo atrás lo antes posible y convirtiéndolo en una experiencia enriquecedora.