[et_pb_section fb_built=”1″ _builder_version=”3.22″][et_pb_row _builder_version=”3.25″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”3.25″ custom_padding=”|||” custom_padding__hover=”|||”][et_pb_text _builder_version=”4.4.5″ background_size=”initial” background_position=”top_left” background_repeat=”repeat” hover_enabled=”0″]LAS PERSONAS CRITICONAS.
Algunas personas detestan las críticas.
Otras les dan la bienvenida.
Yo pertenezco a esta segunda clase.
Tal vez sea porque comprendo el mecanismo de la envidia.
Sí, incluso eso que la gente llama “envidia sana”.
Hablar de “envidia sana” es como hablar de una “neumonía simpática”.
Pongamos las cosas en su sitio.
Si hablamos de algo positivo, estamos hablando de admiración, que es algo totalmente diferente de la envidia.
Es diferente en su naturaleza y en su manifestación.
Es el deseo de ser como alguien y el reconocimiento de su grandeza y/o sus esfuerzos.
En este tipo de sentimiento no cabe ni la agresividad ni el rencor.
Sencillamente es el tener un modelo que te guía marcándote el objetivo a alcanzar.
Pero la cosa cambia totalmente cuando hablamos de la envidia.
Porque la envidia nos recuerda que no estamos a la altura de la otra persona. Y lo único que se nos ocurre es ponerle de rodillas para poder mirarle desde arriba.
Sin hacer caso del talento de la otra persona ni de sus enormes esfuerzos (porque, no nos engañemos, nadie alcanza el éxito por casualidad).
Y lo malo es que no tiene nada que ver con la realidad.
Más bien tiene que ver con los propios complejos, con la autoestima, con la historia personal y con una supuesta pequeñez que creemos que arrastramos.
En realidad es un problema que generan las personas que piensan que el status es lo más importante.
Las que creen que lo que te define es lo que el resto de las personas piensan de ti.
Y todo esto empuja a muchas personas a ocultarse, a enterrarse, a tapar su brillo natural.
Porque recibir ataques que no sabes de dónde te vienen es algo muy desagradable.
No importa si te mueves en un ambiente de dinero y prestigio o en una asociación sin ánimo de lucro.
O si la envidia se debe a la posición social, el éxito laboral o la cantidad de personas a las que enamoras.
Tal vez, una de las condiciones de la madurez es asumir que la envidia existe y que, tarde o temprano, tendremos que enfrentarnos a ella.
Olvidémonos por un momento de calificar a las personas envidiosas, de colocarles esos adjetivos que nos hacen sentir moralmente superiores.
Porque, en el mundo real, la envidia de los demás surge cuando hacemos algo.
Da igual que hablemos de negocios, familia, trabajo, voluntariado o estudios.
Si comienzas a hacer algo que merece la pena, la envidia asomará su rostro.
Tal vez deberíamos considerarla como la banda sonora del éxito, al aroma que acompaña a todo lo que hacemos que merece la pena.
La envidia ajena es inevitable y requiere prudencia en su manejo.
Pero por otra parte, tiene su lado positivo.
Sí, lo bueno que tiene es que no es necesario luchar con las personas envidiosas, porque se trata de una emoción vergonzante.
Tanto es así, que todavía no he conocido a nadie que reconozca que la sienta, por muy evidente que sea.
Lo único que hay que hacer es mantener la distancia con esas personas en la medida de lo posible…y tener éxito.
Porque debemos ser capaces de hacer nuestro camino… pese a que otras personas se crean que ellas no son capaces.
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